Acabo de visitar, durante tres horas, con mi hijo, el
Lugar de la Memoria, Tolerancia e Inclusión Social (LUM), el mismo que tiene
una hermosa infraestructura, que en gran parte ha sido lograda por la
colaboración económica alemana y que se ha impuesto, a pesar de las reticencias
del entonces gobierno de turno (Alan García), entre otras cosas, por la
decisiva influencia de Mario Vargas Llosa que fue su primer representante. Hoy
lo es Diego García Sayán, quien con un equipo de profesionales de primer nivel
han sabido estructurar un espacio necesarísimo para, no solamente recordar, que
ya es bastante, sino también para repensar el destino de nuestro país.
Cuando escribo estas líneas para mi “Creación Delicuescente” la noticia del día es la condena afectiva
a seis años de cárcel para una señora de apellido extranjero que agrede a un
policía de apellido oriundo con las connotaciones étnicas que esto denota. Una
mujer blanca manejando una camioneta moderna y un suboficial de la policía
mestizo no motorizado. Esta situación, que yo la veo como anécdota, me servirá
para graficar lo que pretendo decir en líneas ulteriores y que tiene que ver
con el tema central de este comentario. La forma como he comenzado este párrafo
puede inducir al lector a pensar que hay un asomo o sombra de resentimiento en
el contenido de estas líneas. Espero no dar esa impresión, porque no existe tal
situación, sin embargo lo advierto de antemano, porque lo más usual en estos
casos que involucran nuestra reminiscencia colonial es acudir de inmediato a la
imputación simplista del resentimiento y la mentalidad arcaica frente a la
modernidad.
Creo que nadie ha dicho lo que centralmente es este caso de la
mujer que abofetea a un policía y hace volar su casco por los aires, aparte de
insultarlo frente a sus compañeros y ante la mirada impertérrita de su madre
que la acompañaba en nuestro siete veces premiado Aeropuerto “Jorge Chávez”. Es un caso de racismo vestido de
vulneración al principio de autoridad que se hace tipificar penalmente como delito
de “violencia y resistencia a la autoridad en su modalidad agravada”. No voy a
destacar la proporcionalidad de la pena, no es mi intención discutir un aspecto
jurídico penal, que corresponde a los especialistas, pero sí quiero poner de
relieve que estas conductas que demuestran una mentalidad colonial y la
prepotencia del dominante frente al dominado o vencido son casualmente las
expresiones bajo las cuales se originó y aun puede originarse un movimiento de
odio que, en su extremo, puede llegar al escenario cruento que he recordado
esta tarde frente al mar de nuestra Costa Verde en el LUM.
Evidentemente la
mujer, hoy condenada, se creía y se cree superior al policía por su raza, es obvio
que la cachetada que le infringe demuestra un desprecio a su condición de
hombre con rasgos notoriamente andinos. No es casualidad que la mirada de la
mujer esté llena de indignación y perplejidad porqué “un indio” la está
amonestando y le quita las llaves de su camioneta, que es parte de su estatus
que guarda congruencia con su epidermis. No es intolerancia o marginalidad lo
que me hace escribir estas líneas, es verificación de lo que sigue sucediendo
en nuestro país desde hace más de quinientos años y que quizás sea la fractura
más compleja de sanar para la construcción de una verdadera nación. Aquí, desde
esta mirada, no es trascendente si hay policías abusivos o corruptos, que los
hay, ni el que la pena no guarde coherencia con la afectación al bien jurídico
tutelado. No. Mi mirada busca internalizarse más allá de lo epidérmico y hurgar
en nuestra conciencia colectiva. Somos una sociedad racista pero este fenómeno ya
no se manifiesta abiertamente sino con otras actitudes que cuando se les somete
a un mínimo de presión se desbordan como en el caso aludido y televisado hasta
el hartazgo.
Visitar el LUM es vacunarse, al menos parcialmente,
contra estas actitudes racistas e intolerantes, es apreciar que pasó en nuestro
país hace tan poco tiempo, durante el período de 1980 al 2000 y no llegar al
simplismo de señalar que esto se debió únicamente a un grupo de “indios”
desadaptados que por su ignorancia fueron captados por las mentalidades
fanáticas del comunismo maoista de un profesor de Filosofía huamanguino. El
fanatismo de Sendero Luminoso es una de las explicaciones para comprender lo
que nos sucedió, pero no es la única, también están como factores esenciales el
racismo, el desprecio, la indiferencia, la falta de Estado. Sí amigo liberal o
neoliberal, la falta de Educación, de Salud, de Políticas culturales que
respeten lo nuestro y no solamente lo foráneo, y eso es casualmente Estado
eficiente. De nosotros depende que la historia no se vuelva a repetir, que
nuestro país y sus gentes sean más tolerantes y respetuosas el uno con el otro,
que no hayan personas que se sientan superiores por motivos de piel, de
apellido o de herencia genética porqué sino esa “Tempestad en los Andes” que era el nombre con el que Luis
Valcarcel, brillante historiador cusqueño, vaticinaba en los años treinta, el
surgimiento de un grupo como Sendero, podría volver a darse con otras características. El LUM con
sus tres pisos de fotografías, pinturas, objetos de la guerra que padecimos,
representaciones videográficas conmovedoras, está ahí, recién inagurado, para
recordarnos que la Historia no debe repetirse, pero que si queremos ser un país
sin tanto fraccionamiento debemos aprender a aceptar al otro, a tolerarlo, a
comprenderlo y a de una vez por todas saber que no hay nadie mejor que nadie
por su raza sino que la diferencia la hacen el esfuerzo y la dedicación.
Jairo Cieza Mora
Lince, 20/12/15

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